El 11 de septiembre de 2001, Helen Reisler, primera presidenta del Club Rotario de New York, estaba preparando la reunión de su club durante el ataque terrorista al World Trade Center. Una década después, rememora cómo los socios dieron lo mejor de sí en los días que siguieron al atentado.

“El 1 de julio de 2001 me convertí en la primera mujer en asumir la presidencia del Club Rotario de New York. El club estaba a punto de celebrar su 92º aniversario y decidió organizar la ceremonia de cambio de mando a todo lo grande. Fui presentada por un coro de policías a los acordes de la canción “New York, New York”, anuncié mi programa para el año entrante, brindamos y al acabar pensamos que ese sería el suceso del año.

En la mañana del 11 de septiembre me estaba alistando para la reunión del club cuando mi hija me llama para decirme que encendiera la televisión de inmediato. Pude ver el impacto del segundo avión y caí en la cuenta de que estaba sola: mi esposo se encontraba en nuestra casa en las afueras y mis hijos en distintos lugares de la ciudad. Me preocupó pensar que algunos de nuestros socios podrían estar en el World Trade Center. Nunca me sentí tan sola.

Al encender mi computadora ví cómo ya se acumulaban mensajes de rotarios de todo el mundo preguntando cómo podían ayudarnos. Pasé días frente a la pantalla sin apenas dormir contestando a todos los mensajes. Al poco tiempo empezaron a llegar los cheques y decidimos abrir una cuenta especial, luego convoqué una reunión de emergencia.

En ese momento el club contaba con 185 socios y tuvimos la fortuna de no perder a ninguno en el ataque. Lo más importante, pensé, era que se sintiesen seguros y que no perdiesen las esperanzas. Temí que los socios que residían fuera de Manhattan no acudieran a la cita, pero todos lo hicieron.

Tras ese día, sentí que mi responsabilidad era servir de inspiración a los socios, y por eso hice del club un refugio para las víctimas. Invité a una viuda y su hijo, a un padre que había perdido a su hijo, a bomberos y otras personas que habían sufrido heridas, no solo para ayudarlas, sino también para motivar a los socios.

Con frecuencia trabajé hasta las tres de la mañana coordinando los equipos que había organizado. Sin duda, una de las cosas más importantes que hice, fue establecer contactos personales con los socios, organizarlos, motivarlos y darles esperanzas. Nuestro equipo de Internet se encargó tanto de explicar a los donantes qué hacíamos con su dinero como de mostrar al mundo la situación real que se vivía en Nueva York. Otro comité organizó a los socios que deseaban poner sus conocimientos a disposición de la comunidad. Todos nuestros socios cuentan con destrezas únicas, uno es dentista forense y ayudó a identificar a las víctimas en los días que siguieron al ataque, otro es funcionario de la American Lung Association y se encargó de analizar la calidad del aire en el lugar del atentado, otro es propietario de un servicio de mensajería y utilizó su camioneta para llevar agua a los voluntarios encargados de remover los escombros e incluso un socio de 85 años ayudó a los voluntarios del Ejército de Salvación a servir comidas.

Establecimos un comité para identificar a las personas que necesitaban fondos urgentemente. Algunos de los miembros del comité ni siquiera eran rotarios, pero luego se afiliaron. Yo me encargué de redactar solicitudes de fondos que los miembros de nuestros equipos entregaban durante sus visitas a iglesias, sinagogas, estaciones de bomberos y comisarías. También asistimos a reuniones del Better Business Bureau y varias organizaciones caritativas a fin de identificar las necesidades más acuciantes. Todo estuvo bien organizado y nos encargamos de darle un toque personal. Nuestros esfuerzos nos permitieron encontrar a muchas personas que necesitaban ayuda. Recuerdo el caso de abuelos que habían perdido a sus hijos y ahora tenían que hacerse cargo de sus nietos o el de un señor que había perdido a la hija que le ayudaba a pagar el alquiler de su casa.

Al enterarme de que los clubes rotarios de Michigan estaban interesados en ayudar a chicos que habían perdido a uno de sus padres en el ataque, establecí un comité encargado de coordinar la iniciativa. Al final, los clubes de Michigan adoptaron a ocho madres y a sus hijos, y durante un año entero les enviaron dinero y cartas de apoyo. También diseñamos un proyecto para expresar nuestro agradecimiento a los policías y bomberos que trabajaron sin descanso en los meses que siguieron al ataque. El club les ofreció viajes de fin de semana a Nantucket e incluso enviamos a un bombero y su esposa a Nueva Zelanda y a otra pareja a Inglaterra. Los clubes y distritos anfitriones a los que viajaron los atendieron como si fueran sus propios héroes.

Cada año el club sigue agradeciendo la labor de los policías y bomberos, y cada año yo recibo la llamada de alguna de las personas a las que ayudamos. El año pasado invité a John Jonas y a su equipo a hablar durante una reunión del club. El equipo se encontraba en el World Trade Center durante el 11-S y explicaron como mientras bajaban por la escalera de la torre norte, cada uno cargado casi con 50 kilos de equipo, una mujer a la que estaban ayudando colapsó de agotamiento. Aunque el edificio se estaba desmoronando a su alrededor, se negaron a dejarla atrás, quedando atrapados. Horas después todos fueron rescatados con vida, pero supieron que, de no haberse quedado a ayudarla, el equipo hubiera perecido en el derrumbe. Al concluir su relato, Jonas agradeció a sus hombres la valentía demostrada frente al peligro. Todos los presentes quedamos profundamente conmovidos.

Con frecuencia me dicen lo terrible que debió haber sido presidenta del Club Rotario de New York durante el 11-S. Yo les contesto que fue exactamente lo contrario. Doy gracias a Dios por haber ocupado ese cargo en ese momento y me siento muy agradecida por haber podido aprovechar mi talento para la organización y mi capacidad para inspirar a los demás. Uno de los mayores elogios que recibí fue el de un socio del club: “Helen, hemos estado hablando sobre lo que hiciste después del 11-S y no creemos que ninguno de nosotros hubiera podido hacer lo mismo”. Lo hice por mí y para abrir las puertas a otras mujeres. Desde entonces muchas mujeres jóvenes se han afiliado al club. Parece que me he convertido en una especie de mentora (al menos eso es lo que dicen los socios) y reconozco que me gusta ese papel. Me encanta servirles de inspiración y hacerles sentir orgullosas de ser rotarias.”